Michael se sabe la estrella del documental The Last Dance. Y actúa en consecuencia: detalla anécdotas –algunas inéditas– con carisma, se ríe fuerte, gesticula, se pone serio y, en ocasiones, hasta muestra cierto enojo al recordar momentos. Lo que nunca varía, durante los distintos momentos en los que aparece, son los dos fieles “laderos” que lo acompañaron en las tres largas entrevistas que grabó para armar esta serie de diez capítulos: un cigarro cubano y un vaso con una bebida color amarillenta, que, sobre todo, llamó la atención de muchos televidentes.
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